Límite De Hayflick
Límite De Hayflick: “¿Indica O No La Duración Posible De La Vida?”
Hemos hablado de ese “límite” en el número anterior, pero, debido a su importancia, vamos a recordar lo que es y significa esa variable descubierta por el microbiólogo y anatomista estadounidense Leonard Hayflick. Este sabio actual (tiene 91 años) averiguó que el tejido humano (de los pulmones, en este caso) acababa muriendo una vez que las células de los telómeros, o terminales de los cromosomas se habían dividido alrededor de 50 veces, presentando signos de senescencia cada vez mayores a medida que se iban aproximando a ese término. Significa que nuestras moléculas se producen y se reemplazan adecuadamente durante los años adecuados para alcanzar la madurez reproductiva, gracias a la cual sobrevive nuestra especie. Sin embargo, una vez que hemos creado a nuestra prole, la hemos cuidado hasta que puede valerse por ella misma, da a luz a la generación siguiente… hemos cumplido nuestra misión; por lo tanto…¿sobramos, como afirma la historia a lo largo del 99.99% de la existencia del ser humano –no existen restos del paleolítico correspondientes a personas longevas; no aparecen hasta después de producirse la revolución agrícola y la llegada de la plusvalía que permite mantener individuos fuera de las funciones de conseguir y transformar alimentos-, o nos estamos haciendo merecedores de una vida más larga, sobre todo más feliz y funcional? Se trata del DILEMA decisivo de la existencia, aquel que nos impulsa a inventar y a luchar por sobrevivir, y nos anima a dar a conocer estos artículos.
Los Esfuerzos En Pro De Extender La Vida Acuñan También El Nombre De “Medicina Antienvejecimiento”
Tienen ya ¡5000 años de existencia! Desde el poema sumerio de Gilgamesh, en que el héroe se dirige en busca de su antepasado Ut Napisti para que le desvele el secreto de la inmortalidad. Pero hubo que esperar a 1955 –un año antes de que John McCarthy hablase por primera vez de inteligencia artificial- para que J.G Gruman pusiera en circulación el término de “medicina antienvejecimiento”, una especialidad de contenido ambiguo cuyo número de usuarios ha crecido de manera exponencial, y acude habitualmente a esas clínicas “antiedad” que ahora aparecen por todas partes. No vamos a hablar aquí de “arreglos cosméticos” para corregir imperfecciones estéticas: rinoplastia, liposucción, los clásicos “lifting” ya que, aparte de su favorable incidencia psicológica en el sujeto tratado, pocos serán los años que añadan a la vida y nada a la funcionalidad que les acompañe. Nos referimos a la imposibilidad actual de superar ese límite de Hayflick o barrera que impide a todos convertirse en el deseado Matusalén en plena forma prometido por los especialistas en “acabar con la vejez y sus lacras”.
Volvemos a recordar el proceso natural de desgaste que aflige a todos los seres vivos. Resulta en cambios de las células, los tejidos y los órganos, se inician a partir de la finalización del desarrollo de la especie y, sobre todo, desde el comienzo del término de la capacidad reproductiva, cuando los estados energéticos humanos cesan de ser favorables y van caminando hacia la consunción. Esa es la causa de que, durante el largo período transcurrido entre la aparición del Homo Sapiens y la Revolución Agrícola -algunos aseguran que diez mil años más tarde, hasta el momento de la Revolución Industrial- ese escaso 50% de personas supervivientes de la primera infancia, no solía superar los 50 años y rara vez pasaba de 60 –uno de cada 5 en el Imperio Romano, uno de cada mil llegaba a los ochenta-. La naturaleza parecía disponer que los hombres y las mujeres mantuvieran la forma suficiente para llevar a cabo con éxito los procesos de tener hijos, cuidarlos adecuadamente, conseguir alimento, defenderse contra depredadores. El resto de actividades –insignificante entonces- sobraba, no solo por carencia de plusvalía para realizarlas sino porque la misma vida no permitía continuar.
Y si somos sinceros con nosotros mismos y aceptamos el estado actual de la tecnología de la salud, deberíamos sentirnos muy felices con alcanzar en condiciones sanas y funcionales, aunadas a una pasable imagen cosmética no desagradable ni repulsiva, la fecha de nuestro cumpleaños número noventa, para morir de súbito al final de ese día.
Más allá del límite de HAYFLICK
Ya sabemos que los telómeros o extremos de los cromosomas cesan de reproducirse cuando superan las 50 ó 60 divisiones celulares. Su límite equivale a los ejemplos de longevidad por encima de las cien años –ahora mismo, hay un millón de centenarios en el mundo, pero solo unas centenas por encima de los ciento diez, y nadie que llegue a ciento veinte-. Cuando una célula se divide, los telómeros se acortan, reduciendo nuestra esperanza de vida. Llega un momento en que son incapaces de proteger los extremos del ADN, alcanzando un final que equivale a lo que –antes se decía- “murió de viejo”.
La tecnología actual de ese “antienvejecimiento” que todavía no existe de maneras racionales demostrables, solo permite reducir la velocidad de las divisiones utilizando los instrumentos que la gente del fitness ya conoce: ejercicio continuado, control del estrés y reducción de la ingesta calórica a la vez que potenciamos el aporte de nutrientes hasta asegurar que nuestro organismo recibe todo lo necesario en cuanto a alimentación. Hay que tener en cuenta que los procesos metabólicos implican desgaste permanente, y cuanto más los acentuamos más en peligro ponemos la continuidad de la existencia. No olvidemos que su desarrollo se produce en las mitocondrias o factorías energéticas, y que estas se sitúan en peligrosos lugares de las células que, como bien explica el biólogo Aubrey de Grey, deberíamos procurar modificar, trasladándolas al mismo núcleo, donde se encontrarían en condiciones más estables y protegidas.
Pero no hay que decepcionarse ante todo lo leído. Envejecer mejor y lentamente es lo que ya se puede ir ofreciendo a aquellos interesados en mantener la forma física y un estilo de vida grato. Lo primero de todo es prepararse para conseguir una vejez saludable, exenta de molestias y dolores, afín a suficiente disfrute de placeres, a permitirnos comer los alimentos preferidos y a digerirlos bien; sigue después la parte funcional, aquello que nos permite movernos a ritmo suficiente, hacerlo durante un tiempo razonable, subir y bajar escaleras, sujetar y transportar cargas. Como último apartado –aunque tanto nos guste y se convierta en mascarón de proa de las empresas que venden juventud-, queda la imagen cosmética y su oferta de un cuerpo en forma atractiva y un rostro agradable de ver, no olvidando tampoco que jamás será el de la juventud radiante. Hablaremos más claro y más extensamente de esto en nuestro próximo número.